La cueva
Hay una cueva que he dibujado, porque entré en ella hace tiempo y todo cambió. La he dibujado y hoy comparto una reflexión de ella no como un espacio físico, sino como un lugar simbólico en el alma, donde se enfrentan las sombras, los miedos y las verdades ocultas. A través de este descenso, se descubren tesoros internos: fragmentos olvidados de uno mismo, la esencia auténtica que el miedo y el tiempo han sepultado. El verdadero crecimiento ocurre al abrazar la oscuridad, ya que solo así se puede regresar transformado, llevando la luz interior que revela nuestra identidad más profunda.
SANARARTELA SOMBRA
Yuriria
2/3/20252 min read
Hay un lugar en el alma que pocos se atreven a visitar. Un umbral oscuro, una boca abierta en la tierra del inconsciente que susurra historias olvidadas. Es la cueva. No la cueva de piedra y eco, sino la cueva interna, esa gruta silenciosa que espera paciente en el corazón de cada ser humano. Un refugio y, a la vez, un desafío. Porque entrar en la cueva es aceptar la invitación de la sombra, del misterio, de lo no dicho.
En las viejas historias, los héroes y heroínas descienden a cuevas profundas para encontrar tesoros ocultos. No es casualidad. La cueva es el último umbral antes de la transformación. En sus entrañas habita el dragón que guarda la joya, el eco de voces que tememos escuchar. Pero también está el oro, la perla luminosa, el corazón indómito que hemos sepultado bajo capas de miedo y olvido.
Entrar en la cueva es un acto de valentía. No hay mapas que guíen, solo la intuición como faro tenue. El primer paso duele, porque la oscuridad muestra lo que la luz oculta: las grietas, las heridas mal cerradas, las verdades que evitamos. Pero en ese dolor hay una semilla de poder. La cueva no busca destruirnos, sino despojarnos de lo superfluo, de las máscaras, para que podamos ver con ojos nuevos.
Allí dentro, el tiempo se disuelve. Nos encontramos con fragmentos de nosotros mismos que creíamos perdidos. Son los tesoros olvidados, las joyas que el alma escondió para protegerlas del desgaste del mundo.
Pero la cueva no es un lugar para quedarse. Es un crisol. Un espacio donde lo viejo muere y lo nuevo nace. Quien entra en la cueva y enfrenta su sombra, regresa transformado. No porque haya vencido al miedo, sino porque lo ha mirado a los ojos y ha comprendido que era un maestro disfrazado.
Salimos de la cueva llevando en el corazón el fuego que encontramos allí. Un fuego que ilumina desde dentro, que no necesita del aplauso ni del reconocimiento externo. Es el brillo de quien ha viajado al centro de sí mismo y ha traído de regreso un tesoro: su propia esencia, intacta y más viva que nunca.


Así, la cueva nos enseña que los tesoros más valiosos no se encuentran huyendo de la oscuridad, sino abrazándola. Porque en el vientre de la tierra, en lo profundo del alma, es donde germina la semilla del verdadero yo. Y al salir, no somos los mismos. Somos más nosotros que nunca.
Yuriria
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